El Mundial de Suecia se recuerda por ser la copa de Pelé. Sin embargo, se nos olvida, como se le ha olvidado al cine, que esa historia propuso el inicio de una pseudo psicología del deporte, en la que un psicólogo, Joao Carvalhaes, por medio de pruebas proyectivas, había dictaminado que Pelé no era capaz de responsabilizarse de nada y que Garrincha no podía ni manejar un camión. Lo notable fue que el Gordo Feola, el entrenador, no lo tomó en cuenta e hizo debutar a los dos jóvenes, decisión que lo llevó al campeonato. Ese personaje secundario, de destino trágico, iba a ser el protagonista del Mundial de Chile. Con O Rei lesionado, Garrincha, el compañero de las piernas torcidas, destapó un Mundial aburrido y defensivo, con grandes jugadores pero pocos recuerdos, salvo la batalla campal que supuso el partido entre Chile e Italia, al que se le conoce como La batalla de Santiago. El terremoto de dos años antes, el reportaje de dos reporteros italianos que calificaba a Chile como el país más miserable del mundo, los jugadores italianos que entraron a la cancha arrojando claveles blancos para apaciguar el ambiente, pero que fue contradicho por una patada salvaje a los 12 segundos de juego. El jugador expulsado no quiso salir del campo y la policía tuvo que entrar por él. Las fuerzas castrenses ingresaron cuatro veces más. El árbitro Ken Alston dijo que no fue un partido de futbol y propuso crear las famosas tarjetas amarillas y rojas después de ese partido. Esta historia es casi una película.
Brasil, en estado de excitación futbolística y social, reinó en su propio continente: en el primer partido contra México, Pelé dio el pase del primer gol y marcó el segundo. Contra Checoslovaquia, Pelé se lesionó al disparar a puerta. Su sustituto, Amarildo, el Pelé blanco, estuvo soberbio, pero el peso del equipo lo llevó Manoel Francisco Dos Santos, Mané, Garrincha.
Ese héroe del pueblo fue maltratado por el alcohol, los amores furtivos y la samba. Su retirada prematura, una vida en el alambre y una muerte (el 20 de enero de 1983) entre la miseria y el olvido le han convertido en un mito perfecto para el cine. Algo debía de intuir el director Joaquim Pedro de Almeida, parte del renovado espíritu del cinema novo brasileño. Con el regreso a casa de los campeones del mundo, decidió rodar un elocuente documental sobre el futbolista de las piedras arqueadas, el héroe del pueblo. Mucho mejor que una ficción que resultaría folletinesca (lo intentó Milton Alencar Jr. en 2003 con el biopic Garrincha, estrella solitaria), el documental Garrincha, alegria do povo (1962) queda hoy, sin necesidad de contarnos el final de la historia, como prueba apasionante del poder del futbol en Brasil, como recuerdo de un mito que cayó como un juguete roto, como perfecto homenaje al futbolista que lo perdió todo.
Aunque hay pocas películas relacionadas con este Mundial, la relación entre cine y futbol empezó a gestarse desde el inicio. Se sabía que existía una película (protegida por la FIFA y de difícil acceso) en la que un camarógrafo, instalado a un costado de una de las porterías del estadio Centenario había filmado los partidos.