Luego de doce años de ausencia debido a la Segunda Guerra Mundial, en 1950 vuelve la Copa del Mundo, en esta oportunidad a Brasil. La candidatura se la disputaban Argentina y Brasil, pero en un arreglo entre ambas asociaciones y entre ambos presidentes de Estado, Juan Domingo Perón por Argentina y Getulio Vargas por Brasil, pactaron que el primero se realizaría en tierras brasileñas mientras que el próximo a realizarse en Sudamérica se haría en Argentina.
El primer congreso de la FIFA tras la Segunda Guerra Mundial, celebrado en Luxemburgo el 25 de julio de 1946, adquirió importancia histórica por diversas razones. En primer lugar, porque rindió tributo al Presidente de la FIFA, quien durante los años de guerra había intentado mantener vivo el espíritu del futbol por todos los medios. En su honor, el trofeo de la Copa Mundial de Fútbol recibió el nombre de Copa Jules Rimet. Además, el congreso anunció la vuelta de las asociaciones de fútbol británicas, ausentes desde 1929. No obstante, la responsabilidad de organizar la siguiente Copa Mundial, prevista para 1950, recayó en la Confederación Brasileña de Deportes, cuya selección había causado tan buena impresión durante el Mundial de 1938.
El futbol se había hecho tan popular en Brasil que se decidió construir un nuevo estadio con capacidad para 220,000 espectadores en las afueras de Río de Janeiro. Las obras empezaron el 2 de agosto de 1948. Sin embargo, los plazos previstos resultaron demasiado ambiciosos y el proyecto empezó muy pronto a sufrir retrasos. Cuando faltaban sólo cinco semanas para el partido inaugural, la organización brasileña se vio un tanto agobiada por la situación, y la FIFA decidió enviar a Río a Ottorino Barassi, Presidente de la Federación Italiana de Fútbol, que había organizado a la perfección la Copa Mundial de 1934. El 24 de junio de 1950 el estadio de Maracaná se inauguró oficialmente, aunque en realidad tenía toda la pinta de ser un estadio en obras y le faltaba la tribuna de prensa. Sin embargo, el campo estaba listo para recibir a los trece equipos clasificados para la fase final.
Las selecciones se repartieron en cuatro grupos: dos grupos con cuatro equipos cada uno un grupo formado por tres equipos y otro grupo con dos.
Después de una fácil victoria frente a México (4-0), la selección brasileña, ante la sorpresa de todo el mundo, empató (2-2) con Suiza. Yugoslavia, que había ganado los dos primeros encuentros disputados, sólo necesitaba empatar con Brasil para pasar a la siguiente ronda. Pero, ante los 150 000 enfervorizados hinchas que ocupaban el estadio de Maracaná, Brasil se alzó con la victoria (2-0). Así fue como Brasil se clasificó, junto a otras tres selecciones (España, Uruguay y Suecia), no para las semifinales, sino para una serie de partidos de todos contra todos, en los que la gran sorpresa fue la ausencia de Inglaterra e Italia.
Tras una semana de descanso, la selección brasileña salió por todas. Primero aplastó a Suecia (7-1) y después a España (6-1). A nadie le cupo la menor duda de que Brasil estaba en racha y de que esos impresionantes resultados iban a repetirse en el encuentro contra Uruguay, una selección que, tras haber empatado con España, contaba con sólo tres puntos en su haber. De manera que Brasil sólo necesitaba un empate para proclamarse campeona del mundo.
Una cifra difícil de superar será la de los 174 000 espectadores que abarrotaban el estadio Maracaná de Río de Janeiro el 16 de julio de 1950 (fuentes no oficiales estiman que fueron más de 200 000), Brasil inauguró el marcador a los pocos minutos de la segunda parte, pero el equipo no parecía muy suelto y en ningún momento hizo alarde de su característico futbol samba. Los uruguayos igualaron el marcador y, lejos de sentirse acobardados por la hinchada brasileña, cuando sólo faltaban once minutos para el final del encuentro, marcaron el gol de la victoria.
Brasil había perdido su Copa Mundial. En cuestión de segundos, toda la nación quedó desconsolada. Tanto, que incluso las autoridades brasileñas se olvidaron entregarle la Copa a la selección uruguaya y le tocó al mismísimo Jules Rimet bajar al terreno de juego en busca del capitán de Uruguay, Obdulio Varela, para proceder a la ceremonia de entrega. Ni siquiera la certeza de que la Taça de Mondo había resultado un tremendo éxito económico y deportivo pudo consolar a Brasil. El futbol había entrado en una nueva era.